Miré a la bruja y me extrañó que me estuviera llamando a mí. Me acerqué y me dejé engatusar por la historia que me contó; me pareció extraña pero acepté lo que me propuso. Descolgándome por la cuerda con la que me había atado a la cintura, llegué a la antesala de las tres puertas. Abrí una de ellas. Allí, sentado encima del cofre, se encontraba un perro horrible con unos ojos como platos. Lo quité de encima del cofre y me llené los bolsillos del chaleco con un montón de monedas de bronce. Coloqué al perro de nuevo encima del cofre y me acerqué a la segunda puerta.
lunes, 3 de diciembre de 2007
Suscribirse a:
Entradas (Atom)